
La trágica muerte este viernes del jugador de fútbol Patrick Ekeng en el terreno de juego nos recuerda de la importancia de disponer de un desfibrilador.
Durante la disputa del Dinamo Bucarest-Viitorul Consta (1ª División Rumana), en el minuto 70, el jugador camerunés caía desplomado. Según los testigos, no se actuó correctamente. Nadie le aplicó la RCP (solo al llegar al hospital, tras 30 minutos de la parada). Y lo más determinante, no había desfibrilador. Ni siquiera en la ambulancia que entró después de 3 minutos de que el jugador cayera.
Si comparamos el caso de Fabrice Muamba, jugador del Bolton, que el 17 de marzo de 2012 caían inconsciente durante un partido, la diferencia de una buena actuación y la presencia de un desfibrilador portátil son elementos que permiten salvar este tipo de accidentes. En el caso de Fabrice, sí había un desfibrilador y tras 15 descargas, el corazón volvió a latir.
La muerte de Patrick Ekeng se pudo haber evitado con la presencia de un desfibrilador y una buena formación, cuantas más personas mejor. La eficacia no está solo en el equipo, sino en saber qué hacer.
La ausencia de los desfibriladores en los lugares donde se practica deporte, y sobre todo, de élite, con alto grado de exigencia, parece incomprensible. Volvemos a realizar la comparativa con los extintores. Seguramente, en todos los estadios existen decenas de extintores. ¿Para qué? Por si sucediera un incendio. Lógico (aunque es sabido por Bomberos que cuando un incendio alcanza ciertas dimensiones, el extintor no sirve de nada). Entonces, ¿por qué no colocar de forma automática un desfibrilador en estadios, pabellones, gimnasios, carreras, etc? La respuesta sería sencilla: por si sucediera un paro cardíaco.
Aún falta mucho camino de concienciación, pero poco a poco se van cardioprotegiendo más espacios.